Roma

La residencia de Via Palestro se convirtió en un segundo hogar para mí, no sólo porque me acogieron allí en un momento en que lo necesitaba, proporcionándome un lugar tranquilo y seguro para vivir esta nueva experiencia de vida estudiantil, sino también porque aquí pude conocer a personas estupendas con las que han crecido relaciones hermosas: verdaderas amigas, siempre dispuestas a compartir una comida o una cena, largas conversaciones, risas, consejos o consuelo cuando el ánimo está un poco bajo. 

En definitiva, en esta casa encontré realmente una segunda familia, donde nunca faltan los gestos de cariño y las sonrisas intercambiadas. 

Magali M.

Nunca habría pensado que la elección de estudiar en esta residencia habría tenido un impacto tan importante en mi vida: ¡hoy puedo decir que esta experiencia me ha enriquecido profundamente y ha superado todas mis expectativas! 

Los diferentes espacios de la residencia permiten reunirse para hablar con las amigas, concentrarse para trabajar o rezar, o simplemente relajarse: un verdadero hogar. Es el lugar perfecto para empezar la carrera universitaria en un ambiente seguro y sereno, mientras desarrollas tu independencia, personalidad y sensibilidad. 

Durante los 5 años que pasé allí, la residencia me aportó mucho a través de la presencia de las hermanas y de las jóvenes, un ambiente sereno, familiar y estimulante, donde cada dificultad se resuelve con un espíritu positivo y constructivo, gracias, etre otras cosas, a las sonrisas y al intercambio continuo de ideas o experiencias personales. 

Aquí pude experimentar un profundo sentido de la amistad, descubrir diferentes culturas, vivir la alegría del voluntariado, pero también profundizar el lugar de la fe y la oración en mi vida.

Marianna R.

Tengo 20 años y mis amigos de la universidad me preguntan amenudo por qué elegí vivir en una residencia dirigida por religiosas en lugar de en un piso. Es sencillo: porque me siento muy a gusto allí y ahora considero la residencia como un segundo hogar para mí. Una casa enorme, con una apariencia de palacio en el centro de la que para mí es la ciudad más bonita del mundo, cerca de mi universidad; un jardín precioso, una biblioteca bien surtida… Los domingos también puedo ir a misa en la capilla de casa, cantar y acompañar con la guitarra. 

La convivencia tiene sus retos, por supuesto, pero personalmente la encuentro muy formativa: es una oportunidad para aprender a gestionar las relaciones interpersonales, y los problemas siempre se resuelven, gracias en parte a la ayuda de las monjas. De todos modos, la mayor riqueza que me ha dado la residencia es la gente que vive allí. 

Gracias a esta experiencia, también pude redescubrir mi fe, ¡mientras vivía la alegría de una vida fraternal! 

Velia